Templarios, los Caballeros de Cristo (Parte 1ª) Página 3ª
En su actuación peninsular, lo económico jugó también para los templarios un papel preponderante ya desde el principio de su asentamiento. La producción y la venta de sal en el reino de Aragón estuvo prácticamente en sus manos.
No hubo acción guerrera en la que intervinieran sin la promesa o la esperanza de un beneficio económico o territorial. En este sentido, al margen de los fines expresados en su regla, se comportaron exactamente igual que cualquier otro grupo armado, nacional o feudal. En sus posesiones se atribuyeron siempre el derecho de recaudar impuestos locales, sin tener que dar cuenta a nadie, ni siquiera al rey, ni a las autoridades eclesiásticas superiores, porque el Temple no reconocía en la realidad ningún poder por debajo del papa.
Sin embargo, hay más de leyenda que de auténtica realidad en la supuesta fortuna fabulosa del Temple. O al menos hay que pensar que, jugando de nuevo las significantes del símbolo, todo cuanto se ha dicho respecto a los tesoros templarios va encaminado más hacia la pista de un tesoro interior –ficticio o real– que a un hipotético supercapital económico.
Es cierto, absolutamente cierto, que la orden poseyó muchos bienes. Prescindiendo de los datos proporcionados por los estudios realizados en Francia, las actas del concilio de Salamanca nos revelan que sólo en el reino de Castilla poseían 12 conventos y 24 bailías. Por su parte, Forey da una lista de 36 castillos o conventos templarios en los países que formaban parte de la corona de Aragón en el siglo XIII. Ahora bien, comparándolo con los bienes que por entonces tenían en Castilla o en Aragón, o en Portugal, las otras órdenes religiosas, ¿significa realmente una tan gran potencia económica todo ese cúmulo de posesiones?
Cuando la orden tenía oportunidad de adquirir dinero líquido se apresuraba a invertirlo en nuevos territorios previamente elegidos. Es así como cabe suponer que pudieron comprar en 1303 las tierras de Culla a Guillén de Anglesola por medio millón de sueldos jaqueses. Poco tiempo antes, según lo notifican los documentos, el gran maestre Jacobo de Molay había regresado de Chipre con todos los fondos de la orden en Oriente. Estos fondos fueron destinados a la adquisición de nuevos bienes; y a los templarios de Aragón pudo tocarles esto como a los de Francia les permitió la compra de nuevas tierras en el valle del Ródano, en Tréveris y en el Beaucaire.
Las encomiendas templarias eran de dos tipos: las hubo dedicadas al cultivo y a la cría de ganado. Otras, situadas en lugares más apartados y más inhóspitos, fueron centros iniciáticos de la orden; enclaves en los que muy probablemente se entregaron a la experiencia esotérica. Con las primeras ensayaron –con éxito, mal que les pesara a los señores feudales y a los reyes– un tipo de convivencia social nuevo, liberalizando a los hombres de la tierra con vistas a la experiencia futura de un gobierno universal que nunca pudieron siquiera proyectar. En las segundas prepararon a los escogidos de la orden para alcanzar un conocimiento que estaba precisamente allí, presente y escondido a la vez, en el mismo recinto de la encomienda o en sus proximidades.
En sus establecimientos ciudadanos buscaron también conscientemente la proximidad, la vecindad de los barrios judíos. Sucedía así en Ponferrada, en Gerona, en Aracena, en Valencia, en Mallorca. Este ha sido uno de los indicios que han hecho afirmarse a muchos historiadores sobre los fines económicos y comerciales del Temple. Era muy fácil la asociación: los judíos dedicados a los negocios, a la usura y al cobro de tributos. Junto a ellos, los templarios, banqueros y, ocasionalmente también, almojarifes de las rentas reales. Sin embargo, hay al menos una circunstancia que conduce a pensar en otras razones, una circunstancia que yo veo como fundamental a la hora de calibrar realidades y razones comerciales y económicas de los templarios, una circunstancia en la que intervienen nuevamente –aunque parezca mentira– las razones simbólicas.
«Tu alma ha sido pesada y ha sido encontrada falta de peso». Podría tratarse de una frase pronunciada por cualquier Shylock shakespeariano, ¿no es cierto? Una libra de carne, una libra de alma, ¿qué más da? Y, sin embargo, sí da. Porque se trata de una de las citas del Libro de los Muertos egipcio; la pronuncia el dios Toth, el Hermes helenizado por los seguidores de la magia esotérica egipcia.
Pongamos atención: Toth Hermes, el gran maestro del saber y de los primeros conocimientos alquímicos –el Hermes Trismegisto de la «Tabla de Esmeralda»–, pasó sin esfuerzo al panteón romano de amplias fauces y fue adoptado sin solución de continuidad como divinidad olímpica entre los latinos. Y César, al conquistar la Galia céltica, encontró una divinidad que fácilmente identificó con ese Mercurio importado de las creencias orientales.
Sin embargo, con uno u otro nombre, ese dios era Lug, el ser superior de los ligures precélticos, el maestro de todos los saberes, imposible de convertir en figura o en imagen antropomórfica. No volvamos ahora sobre él, sino sobre sus formas a través del tiempo. El cristianismo lo convirtió, a través de la Biblia, en san Miguel Arcángel, también pesador de almas y buscador y luchador incansable contra las fuerzas demoníacas negativas. San Miguel fue devoción templaria y benedictina a lo largo del siglo XII, se le dedicaron en la península más iglesias que a ningún otro santo y fue siempre advocación agraria en la Rioja, en el Ampurdán, en Navarra, en Castilla, y fue protector tanto de las almas de los muertos como de aquellos que se le encomendaron en vida buscando el conocimiento ancestral.
Hermes-Mercurio-Toth tiene en su mano un caduceo compuesto por una lanza rodeada de serpientes. Era su símbolo de poder, de trasmutación, de mensaje. Y, ¡atención!, en lengua vasca Hermes es el mensajero, y su símbolo, el caduceo, es la vara misteriosa y mágica. Una lengua neolítica, la más antigua conocida en el occidente europeo, la que aún emplea palabras líticas para designar instrumentos metálicos, conoce a Hermes y le define precisamente por su función estricta.
Y Hermes-Mercurio-Toth es heredero onomástico de Lug, el todopoderoso e innombrable, el vencedor de las serpientes, el ayudante de Perseo cuando el héroe ha de vencer a Medusa, prestándole sus «sandalias» aladas.
La herencia de ese Lug fue seguida, paso a paso, por los templarios a través de Mercurio y bajo la advocación de su heredero cristiano san Miguel, que también pesa las virtudes y los pecados para determinar el destino de los muertos. Pero Mercurio-Hermes es, como lo fue antes Lug, divinidad activa, no ociosa. Y el no-ocio es en lenguaje inmediato el negocio. El comercio, en su sentido más amplio.
El tesoro templario existía, y en realidad aún existe. Sólo que no se trata de un tesoro de monedas y piedras preciosas, ni de vasos materialmente valiosos. Es otro tipo de tesoro, simbólico como tantos otros símbolos ocultistas que el pueblo ha trasmitido sin conocer el significado exacto de las palabras.
Es significativo, tanto en la orden del Temple como en otros muchos aspectos de la historia oculta, que lo que los investigadores no han querido nunca reconocer lo ha proclamado sin más el pueblo y la tradición secular. Naturalmente, todo lo que el pueblo ha afirmado –o casi todo– ha sido sistemáticamente desmentido por los investigadores, por falta aparente de pruebas materiales o de documentos. Pero en estos casos no se ha tenido en cuenta algo muy importante en la tradición esotérica: que en ella los saberes, las prácticas, las órdenes, y en general las enseñanzas, se han trasmitido siempre oralmente, lo cual imposibilita que puedan hallarse documentos escritos que jamás existieron.
Sin embargo, hay algunos indicios que son, a mi modo de ver, esclarecedores de los fines ocultistas de los templarios. Son indicios que sobrepasan incluso con creces la fecha de su extinción, y que se dan precisamente en los lugares donde estuvieron asentados. Son, por ejemplo, un muy determinado tipo de imágenes religiosas que pueden considerarse como herencia críptica legada por los caballeros del Temple, utilizada simbólicamente por los monjes que ocuparon los lugares que fueron suyos.
Extraído del libro La meta secreta de los templarios, de Juan G. Atienza
Fuente: http://mysteryplanet.com.ar/site/templarios-los-caballeros-de-cristo-parte-1/3/
Publicado el 16 enero, 2015 en Los Templarios y etiquetado en Hermes Trismegisto, Libro de los Muertos egipcio, los templarios, reino de Aragón, Reino de Castilla, Toth Hermes. Guarda el enlace permanente. 2 comentarios.
Que interesante la relación entre templarios y judíos, lo he visto también en Toledo. La herencia templaria o el Grial es una de las leyendas más fascinantes del mundo antiguo.
Un saludo para ti desde Argentina.
Me gustaMe gusta
Bajo mi punto de vista, las conexiones entre Vaticano, Templarios y Judíos sorprenden, ya que parecian a priori enemigos irreconciliables. Sin embargo todos pertenecen a las mismas élites, usaban la religión como señuelo para engañar y saquear al pueblo.
Un saludo desde Madrid.
Me gustaMe gusta