María Luisa de Orleans.
Reina consorte de España, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, duquesa consorte de Milán, duquesa titular consorte de Borgoña y soberana consorte de los Países Bajos.
(Antes de su matrimonio Mademoiselle) Nieta de Francia.
María Luisa de Orleans (27 de marzo de 1662, Palacio Real, París, Francia – 12 de febrero de 1689, Real Alcázar, Madrid, España) fue la reina consorte de España de 1679 a 1689 como esposa del rey Carlos II de España.
Biografía
Nació en el Palacio Real de París, Francia, como hija mayor de Felipe I, duque de Orleans —hermano menor del rey Luis XIV de Francia— y de la princesa Enriqueta Ana de Inglaterra, hija del rey Carlos I. A pesar de haber perdido a su madre a la tierna edad de 8 años, María Luisa tuvo una infancia feliz en la corte francesa. En 1671 su padre contrajo matrimonio con la princesa alemana Isabel Carlota del Palatinado, quien se convirtió en una segunda madre para María Luisa.
Su abuela paterna, la reina madre, Ana de Austria, también adoraba a María Luisa y, al morir en 1666, la nombró heredera de la mayor parte de su fortuna. Asimismo, María Luisa pasó gran parte de su niñez en compañía de su otra abuela, Enriqueta María de Francia, Reina de Inglaterra, en su residencia de Colombes.
Para darnos una idea de cómo era la joven María Luisa, conviene citar las palabras del prestigioso historiador Gabriel Maura Gamazo:
Heredó María Luisa de su madre, Enriqueta de Inglaterra, no sólo su bien proporcionada estatura, elegancia natural de porte y belleza de facciones, sino su encanto, palabra trivializada por el abuso, pero que referida a una dama de la Corte de los Luises XIV, XV o XVI conserva significado concreto, renombre universal y calidad superlativa.
Firmada la Paz de Nimega entre Francia y España en 1678, se concertó el matrimonio entre María Luisa y el joven monarca español, Carlos II. La boda se celebró el 11 de noviembre de 1679 en Quintanapalla, cerca de Burgos, España. Es sabido por todos la profunda pasión que este monarca sentía por su joven esposa francesa desde el momento en que la vio por primera vez en un retrato que le mostró su medio hermano Juan José de Austria, hijo bastardo del rey Felipe IV.
A pesar de que María Luisa no sentía en principio la misma pasión hacia su deforme esposo, con el tiempo llegó a encariñarse con él. Poco después de la boda, el Marqués de Harcourt escribió: «Temí que la Reina fuese muy desgraciada. Veo con satisfacción que las cosas cambian de aspecto. El Rey está enamoradísimo y la complace en todo lo que pide».
Se ha dicho que uno de sus enemigos más notables en la corte era la reina madre, Mariana de Austria, pero esto es falso. Basten las palabras del renombrado historiador José Calvo Poyato al respecto:
Contra todo pronóstico, las relaciones de Mariana de Austria y María Luisa de Orléans fueron mejores de lo que todos esperaban. La razón fundamental hay que buscarla en el poco interés que la política despertó en la esposa de Carlos II. Estuvo más preocupada en satisfacer sus antojos: montar a caballo, no estar sometida a las rigideces de la etiqueta cortesana, comer a la francesa —nunca se acostumbró a la cocina española, excesivamente condimentada para el gusto de los extranjeros—, lucir galas que le permitiesen coquetear en la corte, si bien en este terreno sus actitudes no pasaron de ahí. A pesar de que su carácter era la viva antítesis de su suegra, ésta intercedió muchas veces por ella ante su hijo para que accediese a los «caprichos» de la francesa.
Sin embargo, el pueblo y la corte española se desesperaban por la tardanza en la llegada de un heredero, razón por la cual se sometió a María Luisa a algunos métodos inadecuados en su intento de curar su supuesta infertilidad. Un verso popular que corría por el Madrid de la época decía:
Parid, bella flor de lis,
en aflicción tan extraña,
si parís, parís a España,
si no parís, a París.
Pasaron los años pero la joven pareja real no perdía la esperanza de llegar a procrear hijos. A principios de 1688 un testigo escribió que, al acudir Carlos y María Luisa a rezar juntos para obtener descendencia, se portaban «con tal edificación, que hasta las piedras se movían a pedir a Dios la sucesión que desean».
Poco después de la muerte de María Luisa, los ministros españoles comenzaron a arreglar una nueva boda para el rey, siendo las principales candidatas la princesa toscana Ana María Luisa de Médici y la princesa alemana Mariana de Neoburgo. Se le mostraron los retratos de ambas jóvenes a Carlos, quien al contemplarlos, dijo: «La de Toscana es guapa y la de Neoburgo no se puede decir que sea fea». Entonces, giró su mirada hacia un retrato de la difunta María Luisa y, tras suspirar, exclamó: «Ésta sí que era hermosa».
©Andrés Cifuentes
¡Gracias por leerme!
Publicado el 10 julio, 2017 en Casa de Orleans, M, Mujeres con Historia y etiquetado en Ana de Austria, Carlos I de Inglaterra, Carlos II de España, Felipe IV, Isabel Carlota del Palatinado, Luis XIV de Francia, María Ana del Palatinado-Neoburgo, María Luisa de Orleans. Guarda el enlace permanente. 4 comentarios.
Pobrecita, morir de apendicitis. Eso duele mucho. Yo tuve y se me reventó. Era muy bonita, por cierto.
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El término cólico miserere se usó desde el siglo XVII para los diferentes cuadros abdominales agudos, como la obstrucción intestinal y la apendicitis aguda, entre otros, de difícil diagnóstico diferencial y alta mortalidad en esa época.
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Auch… Ya me dolió.
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Jajaja 🙄
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