Isabel de Portugal, del idilio y la boda al gobierno con el emperador.(Casa real de Avís).


La sinrazón del amor pudo más que la razón de Estado y, desde que se ratificó la boda en Sevilla, los recién casados vivieron un idilio.

Cuando marchó a Italia la nombró «lugarteniente general y gobernadora» lo que refleja cuánto esperaba el monarca de la inteligencia de su consorte, aunque dudara de su experiencia.

Isabel de Portugal (Retrato de Tiziano (1548). Museo del Prado.)

España ganó una Reina y una Emperatriz con las nupcias de Carlos e Isabel de Portugal, en marzo de 1526. Con arreglo a lo que eran en aquellos tiempos los enlaces entre príncipes, el desposorio revistió características de magno negocio financiero y obedeció a razones políticas. Isabel fue el eslabón decisivo para la plasmación de la unidad peninsular, que se lograría, a través de su herencia, en los días de su hijo Felipe II.

Isabel de Avis, infanta de Portugal y reina de Castilla.

Por otra parte, después de la dolorosa experiencia de las Comunidades, cuidado de sus hijos en melancólica soledad, se comprende que la Emperatriz exhortara (de forma tan discursiva por razones políticas como afectiva por su personal contento) reiteradamente a su lejano consorte a que acelerara el regreso a sus reinos de España. Ello no fue óbice para que se interesara por los asuntos internacionales en los que el Emperador iba desgranando los capítulos de su máxima gloria.

Conocía bien y opinaba sobre lo que ocurría en el Mediterráneo, el problema luterano, la elección del Rey de Romanos, el Concilio general… Ahora bien, su influencia en la gestación de las decisiones de Carlos se centrará en las aspiraciones castellanas y no en las del Emperador de muchos reinos.

Con el Emperador sabía que si quería ausentarse de España debía dejar la administración directa de sus reinos a alguien de su familia querido por los castellanos. La Emperatriz -cuya boda con Carlos había sido reiteradamente solicitada por el reino de Castilla- era la persona ideal para desempeñar tal cometido.

Así lo escribió con meridiana claridad don Martín de Salinas: «Su Majestad ha determinado de se casar…, y el fin porque se hace es porque Su Majestad quiere pasar en Italia a se coronar y quiere dejar en la gobernación a su mujer; y piensa haber con ella tanta suma de dineros que baste para hacer su viaje».

Sin embargo, la sinrazón del amor pudo más que la razón de Estado y, desde que se ratificó la boda en Sevilla, los recién casados vivieron un auténtico idilio.

A la santificación casi política de su matrimonio, Carlos tuvo una veneración cortesana y principesca hacia su esposa
La mutua fascinación fue advertida por el embajador de Portugal, que escribió al rey Juan III: «… entre los novios hay mucho contentamiento, a lo que parece…, y en cuanto están juntos, aunque todo el mundo esté presente, no ven a nadie; ambos hablan y ríen, que nunca hacen otra cosa».

La época más feliz la pasó la pareja imperial en Granada, donde gozaron de una prolongada luna de miel entre el encanto de los salones de la Alhambra y el hechizo de sus jardines. Isabel se solazaba con los paseos, la música y la lectura (en su biblioteca atesoró libros religiosos y de música, el Enchiridio de Erasmo, los pensamientos de Marco Aurelio y obras de gramática e historia sobre don Rodrigo o el Cid); y Carlos (de formación más caballeresca que intelectual), con la caza y los torneos.

El deleite mutuo de los esposos no debió ser ni abrasivo ni desaforado. El Emperador pensaba -y así se lo advirtió a su hijo Felipe en las Instrucciones de Palamós (1543)- que la sexualidad desenfrenada constituía un riesgo para la salud, como le sucedió a su tío, el príncipe Juan, fallecido a los dieciocho años, según la tradición, por la excesiva frecuentación del amor carnal.

A este respecto opina K. Brandi: «En el disfrute de los placeres corrientes, Carlos se parecía sin duda a otros príncipes de su tiempo. Pero los superaba a todos en lo que se asemeja a una santificación casi política de su matrimonio, en la veneración cortesana y también principesca de su esposa, la excelentísima Emperatriz».

Carlos V e Isabel de Portugal por Rembrandt.

Carlos V estuvo platónicamente enamorado de Isabel, de cuya exquisita belleza se había hecho eco toda Europa y Tiziano inmortalizó en su conocido retrato. No obstante, vivieron separados durante seis años de los trece que en total duró el matrimonio. A la Emperatriz las ausencias del esposo le suponían una pesada carga política y un no menor quebranto anímico. Los embarazos y enfermedades sin tregua iban minándole la salud.

Tuvo cinco hijos, aunque sólo sobrevivieron tres, a lo que hay que añadir dos abortos, el último de los cuales le costó la vida. Su muerte, el 1 de mayo de 1539, fue una terrible pérdida para Carlos, al que sólo la fe -se recluyó en el monasterio jerónimo de La Sisla, en Toledo- y el muy cristiano fallecimiento de su amada mujer lograron sacar de la consternación. Mujeres en el gobierno imperial Que Carlos V encomendara a las mujeres de su entorno familiar los más altos destinos políticos constituye una singularidad en la estructura del poder imperial digna de mención, que no se dio en otras épocas.

Cuando, en 1529, tiene lugar la segunda ausencia de sus reinos de España, reclamado por la gran política imperial, Isabel -hasta entonces la esposa ideal- se iniciará en las funciones de gobierno. Hasta 1533 estaría fuera el Emperador y hasta esa fecha se prolongaría la regencia de la Emperatriz, que luego habría de repetirse en el bienio 1535-1536 y en 1538.

Clemente VII

Isabel no se amedrentaba y se atrevía a contradecir al marido, para defender los intereses de los súbditos castellano
Las instrucciones adjuntas a su nombramiento como «lugarteniente general y gobernadora«, de marzo de 1529, cuando Carlos marchó a Italia para ser coronado Emperador por el papa Clemente VII, reflejan a un tiempo cuánto esperaba el monarca de la inteligencia de su agraciada consorte, y la desconfianza que al mismo tiempo le inspiraba su inexperiencia.

En cambio, en el documento de 1535, antes de partir a la gloriosa expedición a Túnez, el Emperador rinde homenaje a los méritos contraídos por la Emperatriz durante su primera experiencia de gobierno. Isabel no se amedrentaba y se atrevía a contradecir al marido, sobre todo cuando se trataba de defender los intereses de los súbditos castellanos, cada vez más empobrecidos por el tremendo coste de las empresas imperiales.

«Pues es bien que sepa V. M. -escribe al Emperador, en 1538- que todo lo de acá queda acabado y que esto que agora se toma ha de faltar para sostenimiento del Estado y que, como se ha escrito a V. M., ni para ello ni para las guardas, galeras, África y otras cosas… no hay manera de dónde ni cómo se haga, porque… las rentas reales están labradas hasta el año 1540». ‘

Abogada del reino’Con este papel de abogada del reino, que ella asumió desde el primer momento, logró subir un peldaño más en la consolidación de la dinastía extranjera, al tiempo que contribuía a la «hispanización» del primer Habsburgo español. Isabel se hizo eco de cuanto consideraba necesidades vitales para la defensa y conservación de sus vasallos y, cumpliendo las reglas trazadas por el Emperador, fue capaz de movilizar voluntades y haciendas para las guerras divinales.

Mas tuvo que soportar alguna contrariedad. El 24 de mayo de 1531 hizo su entrada en Ávila y el corregidor osó espetarle «… no se harán tantas muestras de la muy crecida alegría que reciben en ver a V. M. y como se requería en tan alto recibimiento, porque se dejan de hacer por la ausencia del Emperador».

¿Acaso una ciudad tan significada en la revuelta de las Comunidades seguía considerando más reina a doña Juana que a la Emperatriz? Agotada por un esfuerzo con escasas compensaciones, que combinaba con el cuidado de sus hijos en melancólica soledad, se comprende que la Emperatriz exhortara (de forma tan discursiva por razones políticas como afectiva por su personal contento) reiteradamente a su lejano consorte a que acelerara el regreso a sus reinos de España.

La demencia de Isabel de Portugal. Cuadro atribuido al pintor barcelonés Pelegrín Clavé, en el que se muestra a la reina viuda de Castilla, Isabel de Portugal y Braganza, siendo víctima de uno de sus ataques de demencia. A su lado se encuentran su hijo menor, Alfonso de Castilla (izquierda) y su hija mayor, la futura reina Isabel la Católica (derecha) junto con otros personajes de la pequeña corte que acompañaba a la familia en su exilio.

Fuente: elmundo.es

¡Gracias por leerme!

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Acerca de Andrés Cifuentes Lozano

Un erudito es aquel que muestra menos de lo que sabe; un periodista y un consultor, lo contrario; la mayoría cae en algún punto entre ambos. "Ahí estoy yo"

Publicado el 11 septiembre, 2017 en Dinastía de Avís, Mujeres con Historia, Reinas de Portugal y etiquetado en , , , , , . Guarda el enlace permanente. 2 comentarios.

  1. La historia es una materia fascinante.
    Desafortunadamente, cuando de pequeños nos la hicieron tragar en pastillas intragables de fechas y listas de reyes, te alejas de algo que ni entiendes ni tienes capacidad de comprender.
    Más tarde comprendes (si tienes suerte de llegar a ese punto) que la historia, tal y como tú la relatas es más interesante que todas las series de tronos y sus juegos, porque la realidad siempre supera a la ficción.
    Encantada de leerte.

    Me gusta

    • Hay que reconocer que a edades tempranas, ciertos temas son infumables. La historia es el saber que da cuenta de las raíces profundas que sostienen las sociedades, las naciones y las culturas y, asimismo, es la disciplina que esclarece el pasado de los individuos: es el saber que desvela las raíces sociales del ser humano. Enseñar a los niños la historia y la geografía equivale a darles una visión del mundo.

      Gracias por tu comentario.

      Saludos.

      Le gusta a 1 persona

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